Tenemos los sistemas respiratorio y circulatorio afectados por la contaminación atmosférica.
La contaminación atmosférica reduce en casi tres años la expectativa de vida a nivel global y produce la muerte prematura de 8,8 millones de personas al año. Así surge de una reciente publicación de Cardiovascular Research realizada por científicos que integran el Instituto de Química Max Planck, de Alemania, y otros centros europeos de investigación.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), nueve de cada 10 personas en el mundo respiran aire con altos niveles de contaminantes.
Atento a que consumimos más aire que agua y alimentos (una persona adulta consume diariamente unos 13,5 kilogramos de aire), tenemos los sistemas respiratorio y circulatorio afectados por la contaminación atmosférica, cosa que hemos naturalizado y que las políticas públicas toman con indiferencia.
Sobre nuestros pulmones ya vulnerados, se abate ahora el nuevo coronavirus. Si bien no existen aún estudios que vinculen la mortalidad por Covid-19 con la contaminación atmosférica, un estudio publicado por Environmental Health en 2003 sobre un coronavirus similar, que ocasionó el brote de síndrome respiratorio agudo grave (sars), mostró que los pacientes provenientes de regiones con niveles moderados de contaminación atmosférica tenían 84 por ciento más probabilidades de morir que aquellos de áreas con aire poco contaminado.
El sars tuvo 8.045 personas afectadas a nivel mundial. El Covid-19 supera unas 50 veces ese número y sigue creciendo, lo que ha colapsado sistemas de salud del Primer Mundo como los de Italia y España, motivo por el cual se incrementó la mortalidad.
En consecuencia, reducir la contaminación atmosférica redundaría no sólo en la disminución de la mortalidad por afectación previa de la salud, sino también porque habría menos pacientes con necesidades de internación que saturen y colapsen el sistema de salud.
Con estos antecedentes, se impone que el enorme esfuerzo colectivo de la cuarentena obligatoria sea acompañado por una fortísima política pública para disminuir la contaminación atmosférica. Esto implica acciones concretas para cada nivel del Estado.
Acciones municipales
La ciudad de Córdoba está en un valle que corre de este a oeste, lo que limita los vientos norte y sur. A esto se suma el fenómeno estacional de inversión térmica, por el cual en las mañanas frías, secas y sin viento del invierno, se produce la acumulación de contaminantes en los primeros metros de la atmósfera.
Por estas condiciones, tenemos problemas severos de contaminación atmosférica en la ciudad de Córdoba.
Como medida inmediata, el intendente Martín Llaryora deberá resolver la coordinación de los semáforos, ya que incrementan en forma innecesaria el tiempo de permanencia de los vehículos y sus emisiones, por tener que acelerar y frenar de modo permanente.
Otra acción inmediata es el control de emisiones de las industrias, para lo cual existe la resolución 105 de 2017, que actualizó la normativa. Ahora hay que aplicarla.
También resulta urgente hacer efectivas las prohibiciones de no quemar en el ámbito de la ciudad: desde la quema de hojas en la calle y los neumáticos en las manifestaciones hasta los basurales.
Todas son fuentes innecesarias de contaminación atmosférica y debemos comprender de manera colectiva que eso mata personas, y más aún en tiempos del Covid-19.
A mediano plazo, es necesario un sistema de transporte que reduzca las emisiones en general y desaliente el uso del automóvil.
Desde la Provincia
A las políticas citadas a nivel municipal se suma que el gobernador Juan Schiaretti deberá tomar medidas sobre la problemática de aplicación de plaguicidas en los sectores periurbanos.
Según nuestra Ley de Agroquímicos, se pueden aplicar plaguicidas de clases III y IV como el glifosato hasta al lado de una escuela o barrio, si se realiza por vía terrestre. Además de las consabidas enfermedades que se producen a largo plazo, eso afecta las vías respiratorias de los habitantes de la zona productiva agroindustrial.
No basta con apelar a las buenas prácticas agrícolas; la realidad impone debatir y aplicar distancias de resguardo y promover la producción orgánica en la franja periurbana.
Otra fuente son los incendios de montes y pastizales. Como el 99 por ciento de los incendios son ocasionados por la mano del ser humano de forma intencional o accidental, es imprescindible invertir nuevamente en educación formal para la prevención.
Desde 2007, no se hace. Si se hubiesen sostenido las acciones educativas en el tiempo, la problemática de los incendios forestales sería notablemente inferior.
Por Federico Kopta
Biólogo; presidente del Foro Ambiental Córdoba
Fuente: La Voz del Interior